la palabra Cristo, en griego y Mesías en hebreo, significan «ungido» e implican el carácter profético, sacerdotal y real que habían de reunirse en el Mesías. Entre los judíos, el ungimiento era la ceremonia con la cual se instalaba en su oficio a los profetas, sacerdotes y reyes.
Y si miramos en nuestro propio
interior veremos nuestra necesidad del Cristo en todos estos aspectos.
Por naturaleza estamos alejados de Dios, alienados de él, incapaces de
un libre acceso a él. Por lo tanto necesitamos un mediador, un
intercesor; en una palabra, un Cristo en su oficio sacerdotal.
Esto se refiere a nuestro estado con respecto a Dios.
Y con respecto a nosotros mismos, nos hallamos en una total oscuridad, ceguera e ignorancia de Dios y de las cosas de Dios. Y aquí necesitamos a Cristo en su oficio profético, para que ilumine nuestra mente y nos enseñe la entera voluntad de Dios.
También hallamos en nosotros un extraño desarreglo de apetitos y pasiones.
Para resolverlo necesitamos que Cristo, en su carácter real, reine en nuestros corazones y someta a sí todas las cosas.