" Fe es la evidencia o persuasión divina de las cosas que no se ven; la vista espiritual de Dios y las cosas de Dios. Primeramente el Espíritu Santo convence al pecador. 'Cristo me Amó y se entregó por mi'. Esta es la fe por medio de la cual queda justificado o perdonado desde el momento que la recibe. Inmediatamente el mismo Espíritu da testimonio: 'estás perdonado, en El tienes redención por su sangre'. Esta es la fe que salva, por medio de la cual el amor de Dios se derrama en los corazónes ".
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La justificación implica solamente un cambio relativo, mientras que el nuevo nacimiento exige un cambio real. Al justificarnos, Dios hace algo por nosotros, al engendrarnos nuevamente, Él actúa en nosotros. Con la justificación cambia nuestra relación con Dios, de modo que de enemigos pasamos a ser sus hijos. Con el nuevo nacimiento hay una transformación radical en nuestras almas: de pecadores llegamos a ser santos. Uno restaura en nosotros el favor de Dios, el otro nos recupera la imágen de Dios. Uno quita el pecado, el otro quita el poder del pecado. El nuevo nacimiento comienza en el preciso instante en que la persona es justificada. Cuando alguien es justificado, "nace de nuevo, nace de lo alto, nace del Espíritu" (Juan 3:3-8). Es el primer paso, el inicio del camino. Asi como después del parto, cuando el bebe viene al mundo, hay un crecimiento progresivo de estatura, fuerza e inteligencia, ocurre la misma cosa con el nacimiento espiritual. Después del nacimiento hay una contínua caminata en dirección al crecimiento espiritual. No se trata solamente del cambio exterior, de ebrio a sobrio, de ladrón a honesto, por ejemplo. También hay una transformación interior, del carácter pecaminoso por el de santidad, del orgullo en humildad, de la ira en mansedumbre, del eterno descontentamiento e insatisfacción en paciencia y resignación. En resumen, se trata de la transformación de nuestra mente terrenal, animal, diabólica, para que haya en nosotros el mismo "sentir que hubo también en Cristo Jesús" (Filipénses 2.5). Quienquiera que seas, oh alma, ansiosa de salvarte, de ser perdonada y reconciliarte con Dios, no digas en tu corazón: "primero debo hacer tal o cual cosa; debo dominar el pecado; evitar toda palabra u obra mala y hacer bien a todos los hombres. O primero debo ir a la iglesia y recibir la santa cena, oír más sermones y decir más oraciones".
Ay hermano mio! Te has separado por completo del camino; ignoras aún "la justicia de Dios" y estás pretendiendo establecer tu propia justicia como la base de la reconciliación. No sabes que no puedes hacer otra cosa hasta que no te reconcilies con Dios? Por qué pues dices: Primero, debo hacer esto y después creer? Cree primero. Cree en el Señor Jesucristo que se ofreció a si mismo como propiciación por tus pecados. Echa primero este buen cimiento y después todo lo que puedas hacer bien. Ni digas en tu corazón: no puedo ser aceptado porque no soy suficientemente bueno. Quién es o ha sido alguna vez suficientemente bueno como para merecer la aceptación de Dios? Ha exisitido alguna vez o exisitrá antes de la consumación de todas las cosas, un solo descendiente de Adán que sea bastante bueno para merecer dicha aprobación? Con respecto a ti, no eres nada bueno; no existe nada en ti que sea digno de llamarse bueno; ni jamás lo serás hasta que no creas en el Señor Jesús. Por el contrario, serás peor y peor cada día. Mas, hay alguna necesidad de ser peor de lo que eres? No eres suficientemente malo? Ciertamente que lo eres y Dios lo sabe; tú mismo no lo puedes negar. No te demores pues. Todo está listo. Levántate, lávate de tus pecados. La fuente está abierta. Ahora es cuando te debes lavar en la sangre del Cordero hasta que quedes limpio; ahora El te rociará con hisopo y serás purificado: te lavará y quedarás más blanco que la nieve. Al día siguiente, pues, vinieron Pedro Bohler ( el moravo que convenció a Wesley de que la salvación viene por la fe y cuando el alma pone toda su confianza en Cristo el Salvador) y otras tres personas, todos los que testificaron con su propia experiencia: que la fe viva en Cristo y la conciencia de estar perdonado de todos los pecados pasados, y libre de transgresiones en la actualidad, son dos cosas inseparables. Añadieron unanimes que esta fe es el don, el don libre de Dios, quien indudablemente la concede a todas las almas que con fervor y perseverancia la buscan. Estando plenamente convencido, me resolví a buscar este don, con la ayuda de Dios, hasta encontrarlo, por los siguientes medios: (1) Negandome enteramente a confiar en mis propias obras, en las que sin saberlo y desde mi juventud, había yo basado la esperanza de mi salvación. (2) Proponiendome añadir constantemente a los medios usuales de gracia, la oración continua para conseguir esta gracia que justifica; plena confianza en la sangre de Cristo derramada por mi; esperanza en El; como que es mi Salvador, mi única justificación, santificación y redención. Continué, pues, buscando este don, si bien con indiferencia, pereza y frialdad y cayendo frecuentemente y más que de ordinario en el pecado, hasta el viernes 24 de Mayo. Como a las cinco de la mañana de ese día, abrí mi Testamento y encontré estas palabras: "nos son dadas preciosas y grandisimas promesas, para que por ellas fueseis hechos participantes de la naturaleza divina" (2 Pedro 1:4). Antes de salir abrí otra vez mi Testamento y leí: "no estás lejos del reino de Dios". En la tarde me invitaron a ir a la catedral de San Pablo y oí la antifonía: "de lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oidos a la voz de mi súplica. Jehová, si mirares a los pecados, quién oh Señor podrá mantenerse? Empero hay perdón cerca de tí, para que seas temido. Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la mañana. Espere Israel a Jehová; porque en Jehová hay misericordia, y abundante redención con él. Y él redimirá a Israel de todos sus pecados". Con poca voluntad asistí en la noche a la reunión de una sociedad en la calle de Aldersgate, donde una persona estaba leyendo el prefacio de Lutero sobre la Epístola a los Romanos. Como a un cuarto para las nueve, al estar dicho individuo describiendo el cambio que Dios obra en el corazón por medio de la fe en Cristo, sentí en mi corazón un calor extraño. Experimenté confianza en Cristo y en Cristo solamente, para mi salvación; recibí la seguridad de que El había borrado mis pecados, mis propios pecados y salvádome de la ley del pecado y de la muerte. A mi regreso a casa, se me presentaron muchas tentaciones que cuando oré, huyeron, mas para volver repetidas veces. Con la misma frecuencia elevaba yo mi alma al Señor, quien "me envió ayuda desde su santuario". Y en esto encontré la diferencia entre mi anterior condicion y la actual: antes me esmeraba y luchaba con todas mis fuerzas, tanto bajo la ley como bajo la gracia y algunas veces, aunque no seguido, perdía; ahora salgo siempre victorioso. Nadie se engañe a si mismo. "Necesario es ver claramente que la fe que no produce arrepentimiento, amor y buenas obras, no es la viva y verdadera, sino que está muerta y es diabólica; porque aún los demonios creen que Jesucristo nació de una virgen; que hizo muchos milagros y declaró ser el hijo de Dios; que sufrió una muerte penosisima por nuestras culpas y para redimirnos de la muerte eternal; que al tercer día resucitó de entre los muertos; que subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre y que el día del juicio vendrá otra vez a juzgar a los vivos y a los muertos. Estos artículos de nuestra fe y todo lo que está escrito en el Antiguo y Nuevo Testamento, los demonios creen firmemente, y sin embargo, permanecen en su estado de condenación porque les falta esta verdadera fe cristiana. "Consiste la verdadera y única fe cristiana", usando el lenguaje de nuestra Iglesia, "no solo en aceptar las Sagradas Escrituras y los artículos de nuestra fe, sino en tener una plena seguridad y completa certeza de que Cristo nos ha salvado de la muerte eterna. Es una confianza firme y una certidumbre inalterable de que Dios nos ha perdonado nuestros pecados por los méritos de Cristo, y de que nos hemos reconciliado con El; lo que inspira amor en nuestros corazones y la obediencia de sus santos mandamientos". La doctrina de la justificación por la fe fue revivida por Martín Lutero y los reformadores del siglo XVI; pero asi como en los siglos II y III, después de la muerte de los apóstoles, solo se efectuaba un cambio de las creencias del paganismo a las del cristianismo, de la misma manera, al simple hecho de abandonar las supersticiones del romanismo y dar asentimiento a las enseñanzas del protestantismo, se llamaba conversión. El aceptar intelectualmente ciertas posiciones o doctrinas es una cosa; creer que el hijo de Dios nos puede salvar, habiendonos redimido, es otra. El simple asentimiento a la verdad no es suficiente; es la "fe muerta" de que habla el apóstol Santiago. La fe que no produce buenas obras, de nada vale; de la misma manera, la fe sin el gozo y paz por el Espíritu Santo, no produce ningún consuelo. (Notas introductorias al sermón Los primeros frutos del Espíritu) "Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, mas conforme al Espíritu". (Rom. 8:1) Se me dice que algunas veces los que creen en Cristo pierden de vista la misericordia de Dios; que se ven de tal oscuridad rodeados que no pueden ver a Aquel que es invisible; que ya no sienten en si mismos el testimonio de ser participes de la sangre del sacrificio y que se creen interiormente condenandos; que tienen otra vez la sentencia de muerte sobre si; contesto que suponiendo que todo esto sea cierto, suponiendo que ya no sientan la misericordia de Dios, entonces no serán creyentes, porque la fe significa la luz: la luz divina que alumbra el alma. El que temporalmente pierde esa luz, pierde su fe. No cabe duda que un verdadero creyente en Cristo, puede perder la luz de la fe, y en tanto que la pierde, cae temporalmente en condenación. Pero éste no es el caso de los que ahora "están en Cristo Jesús", que creen en su nombre; porque mientras creen y andan conforme al Espíritu, ni Dios ni su corazón los condena. (Extracto Sermón VIII) En el sermón Los principios de un metodista, Juan Wesley señala que los milagros aún continúan ocurriendo: no están confinados a la era apostólica ó de la época de Cipriano y dependen totalmente de la voluntad soberana de Dios.
El sermón escrito a mediados de 1746 procura explicar que estos extraordinarios milagros comenzaron a ocurrir depués de que él dió un giro radical en su predicación. Haciendo una evaluación rápida Wesley registra:
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