La justificación implica solamente un cambio relativo, mientras que el nuevo nacimiento exige un cambio real. Al justificarnos, Dios hace algo por nosotros, al engendrarnos nuevamente, Él actúa en nosotros.
Con la justificación cambia nuestra relación con Dios, de modo que de enemigos pasamos a ser sus hijos. Con el nuevo nacimiento hay una transformación radical en nuestras almas: de pecadores llegamos a ser santos. Uno restaura en nosotros el favor de Dios, el otro nos recupera la imágen de Dios.
Uno quita el pecado, el otro quita el poder del pecado.
El nuevo nacimiento comienza en el preciso instante en que la persona es justificada. Cuando alguien es justificado, "nace de nuevo, nace de lo alto, nace del Espíritu" (Juan 3:3-8). Es el primer paso, el inicio del camino.
Asi como después del parto, cuando el bebe viene al mundo, hay un crecimiento progresivo de estatura, fuerza e inteligencia, ocurre la misma cosa con el nacimiento espiritual.
Después del nacimiento hay una contínua caminata en dirección al crecimiento espiritual. No se trata solamente del cambio exterior, de ebrio a sobrio, de ladrón a honesto, por ejemplo. También hay una transformación interior, del carácter pecaminoso por el de santidad, del orgullo en humildad, de la ira en mansedumbre, del eterno descontentamiento e insatisfacción en paciencia y resignación.
En resumen, se trata de la transformación de nuestra mente terrenal, animal, diabólica, para que haya en nosotros el mismo "sentir que hubo también en Cristo Jesús" (Filipénses 2.5).