Al día siguiente, pues, vinieron Pedro Bohler ( el moravo que convenció a Wesley de que la salvación viene por la fe y cuando el alma pone toda su confianza en Cristo el Salvador) y otras tres personas, todos los que testificaron con su propia experiencia: que la fe viva en Cristo y la conciencia de estar perdonado de todos los pecados pasados, y libre de transgresiones en la actualidad, son dos cosas inseparables.
Añadieron unanimes que esta fe es el don, el don libre de Dios, quien indudablemente la concede a todas las almas que con fervor y perseverancia la buscan.
Estando plenamente convencido, me resolví a buscar este don, con la ayuda de Dios, hasta encontrarlo, por los siguientes medios:
(1) Negandome enteramente a confiar en mis propias obras, en las que sin saberlo y desde mi juventud, había yo basado la esperanza de mi salvación.
(2) Proponiendome añadir constantemente a los medios usuales de gracia, la oración continua para conseguir esta gracia que justifica; plena confianza en la sangre de Cristo derramada por mi; esperanza en El; como que es mi Salvador, mi única justificación, santificación y redención.
Continué, pues, buscando este don, si bien con indiferencia, pereza y frialdad y cayendo frecuentemente y más que de ordinario en el pecado, hasta el viernes 24 de Mayo.
Como a las cinco de la mañana de ese día, abrí mi Testamento y encontré estas palabras: "nos son dadas preciosas y grandisimas promesas, para que por ellas fueseis hechos participantes de la naturaleza divina" (2 Pedro 1:4). Antes de salir abrí otra vez mi Testamento y leí: "no estás lejos del reino de Dios".
En la tarde me invitaron a ir a la catedral de San Pablo y oí la antifonía: "de lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oidos a la voz de mi súplica. Jehová, si mirares a los pecados, quién oh Señor podrá mantenerse? Empero hay perdón cerca de tí, para que seas temido. Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la mañana. Espere Israel a Jehová; porque en Jehová hay misericordia, y abundante redención con él. Y él redimirá a Israel de todos sus pecados".
Con poca voluntad asistí en la noche a la reunión de una sociedad en la calle de Aldersgate, donde una persona estaba leyendo el prefacio de Lutero sobre la Epístola a los Romanos. Como a un cuarto para las nueve, al estar dicho individuo describiendo el cambio que Dios obra en el corazón por medio de la fe en Cristo, sentí en mi corazón un calor extraño.
Experimenté confianza en Cristo y en Cristo solamente, para mi salvación; recibí la seguridad de que El había borrado mis pecados, mis propios pecados y salvádome de la ley del pecado y de la muerte.
A mi regreso a casa, se me presentaron muchas tentaciones que cuando oré, huyeron, mas para volver repetidas veces. Con la misma frecuencia elevaba yo mi alma al Señor, quien "me envió ayuda desde su santuario". Y en esto encontré la diferencia entre mi anterior condicion y la actual: antes me esmeraba y luchaba con todas mis fuerzas, tanto bajo la ley como bajo la gracia y algunas veces, aunque no seguido, perdía; ahora salgo siempre victorioso.