"Este tu hermano era muerto, y ha revivido"
(Lucas 15:32)
Mil de estos trazos delicados de las Escrituras inspiradas escapan al lector descuidado.
En el v. 30 el hijo mayor había notado, despectiva e indecorosamente: "este hijo tuyo".
El padre, al responderle, lo reprende suavemente y con ternura le dice: "este hermano tuyo".
Extraordinaria indicación de que los mejores seres humanos deberían considerar
hermanos a los peores pecadores y deberían recordar esa relación
especialmente cuando éstos muestran alguna tendencia a reformarse.
Nuestro Señor nos muestra en toda esta parábola, no
solamente que los judíos no tenían razón alguna para murmurar por la
aceptación de los gentiles (tema que en ese momento todavía no estaba
directamente en consideración) sino que, si los fariseos eran tan buenos
como presumían ser, menos razón tenían para murmurar por el trato
bondadoso dado a un sincero penitente. Así los condena sobre la base
de sus propios principios, y quedan sin excusa.
Tenemos en esta parábola un vivo símbolo de la condición y
conducta de los pecadores en su estado natural. Mientras están
enriquecidos por la generosidad del gran Padre común, se alejan de él
con ingratitud (v. 12). Persiguen ansiosamente placeres sensuales hasta
que han despilfarrado toda la gracia de Dios (v. 13). Y en tanto les
duran, ningún pensamiento serio acerca de Dios tiene espacio en su
mente. Y aún cuando le sobrevienen aflicciones (v. 14), continúan
apelando a varios recursos antes de permitir que la gracia de Dios,
combinándose con su providencia, los persuada a pensar en el regreso
(vv. 15-16).
Sólo cuando se ven desnudos, indigentes, derrotados,
recuperan el ejercicio de la razón (v. 17). Entonces recuerdan las
bendiciones que han desperdiciado y se dan cuenta de la ruina en que se
han precipitado. Y al hacerlo, deciden regresar al Padre y ponen de
inmediato en práctica esa decisión (vv. 18-19).
¡Contemplemos con asombro y alegría la generosa recepción
que reciben de la bondad divina que han injuriado! Cuando un hijo
pródigo viene al Padre, él lo ve desde lejos (v. 20). Se apiada, lo
encuentra, lo abraza e interrumpe sus palabras de arrepentimiento con
los símbolos de su gracia (v. 21). Lo abriga con el manto de la justicia
de un Redentor, con santidad interior y exterior, lo adorna con todos
sus dones de santificación y lo honra con las prendas del amor que los
adopta (v. 22). Y todo esto lo hace con indecible gozo, porque lo que
estaba perdido ha sido ahora hallado (vv. 23-24).
Que ningún hermano mayor murmure ante esta indulgencia,
sino que, por el contrario, dé la bienvenida al pródigo que se reintegra a
la familia. Y que quienes han sido así recibidos no se alejen más sino
que emulen la mas estricta piedad de quienes por muchos años han
servido al Padre celestial y no han transgredido sus mandamientos.
(Lucas 15:32)
Mil de estos trazos delicados de las Escrituras inspiradas escapan al lector descuidado.
En el v. 30 el hijo mayor había notado, despectiva e indecorosamente: "este hijo tuyo".
El padre, al responderle, lo reprende suavemente y con ternura le dice: "este hermano tuyo".
Extraordinaria indicación de que los mejores seres humanos deberían considerar
hermanos a los peores pecadores y deberían recordar esa relación
especialmente cuando éstos muestran alguna tendencia a reformarse.
Nuestro Señor nos muestra en toda esta parábola, no
solamente que los judíos no tenían razón alguna para murmurar por la
aceptación de los gentiles (tema que en ese momento todavía no estaba
directamente en consideración) sino que, si los fariseos eran tan buenos
como presumían ser, menos razón tenían para murmurar por el trato
bondadoso dado a un sincero penitente. Así los condena sobre la base
de sus propios principios, y quedan sin excusa.
Tenemos en esta parábola un vivo símbolo de la condición y
conducta de los pecadores en su estado natural. Mientras están
enriquecidos por la generosidad del gran Padre común, se alejan de él
con ingratitud (v. 12). Persiguen ansiosamente placeres sensuales hasta
que han despilfarrado toda la gracia de Dios (v. 13). Y en tanto les
duran, ningún pensamiento serio acerca de Dios tiene espacio en su
mente. Y aún cuando le sobrevienen aflicciones (v. 14), continúan
apelando a varios recursos antes de permitir que la gracia de Dios,
combinándose con su providencia, los persuada a pensar en el regreso
(vv. 15-16).
Sólo cuando se ven desnudos, indigentes, derrotados,
recuperan el ejercicio de la razón (v. 17). Entonces recuerdan las
bendiciones que han desperdiciado y se dan cuenta de la ruina en que se
han precipitado. Y al hacerlo, deciden regresar al Padre y ponen de
inmediato en práctica esa decisión (vv. 18-19).
¡Contemplemos con asombro y alegría la generosa recepción
que reciben de la bondad divina que han injuriado! Cuando un hijo
pródigo viene al Padre, él lo ve desde lejos (v. 20). Se apiada, lo
encuentra, lo abraza e interrumpe sus palabras de arrepentimiento con
los símbolos de su gracia (v. 21). Lo abriga con el manto de la justicia
de un Redentor, con santidad interior y exterior, lo adorna con todos
sus dones de santificación y lo honra con las prendas del amor que los
adopta (v. 22). Y todo esto lo hace con indecible gozo, porque lo que
estaba perdido ha sido ahora hallado (vv. 23-24).
Que ningún hermano mayor murmure ante esta indulgencia,
sino que, por el contrario, dé la bienvenida al pródigo que se reintegra a
la familia. Y que quienes han sido así recibidos no se alejen más sino
que emulen la mas estricta piedad de quienes por muchos años han
servido al Padre celestial y no han transgredido sus mandamientos.