Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir.
Apocalipsis 4:8
Santo, Santo, Santo: es el Dios trino.
Hay dos palabras, muy diferentes en el original, que traducimos por santo. Una significa propiamente misericordioso, pero la otra, que es la que aquí se usa, incluye mucho más.
Esta santidad es la suma de toda la alabanza que se ofrece al Dios creador por todo lo que él hace y revela acerca de sí mismo, hasta que el cántico nuevo traiga consigo nuevo temas para glorificarlo.
Esa palabra significa propiamente separado, tanto en hebreo como en otras lenguas. Cuando Dios es llamado Santo, la palabra denota la excelencia que es peculiar de él, la gloria que fluye de la unión de todos sus atributos, que brilla en todas sus obras y hace que
todo lo que no es él se vea oscuro, mientras que él es, y permanece para
siempre, de manera incomprensible, separado: distinto y distante, no
sólo de todo lo que es impuro, sino también de todo lo que es creado.
Dios es separado de todas las cosas. El es y obra por sí mismo, desde sí mismo, en sí mismo, por medio de sí mismo, para sí mismo. Por lo tanto, es el primero y el último, el único y el eterno, viviente y bienaventurado, infinito e inmutable, todopoderoso, omnisciente, sabio y verdadero, justo y fiel, lleno de gracia y
misericordioso.
Por consiguiente, santo y santidad significan lo mismo que Dios y Divinidad: y como de un rey decimos «Su Majestad», así la Escritura dice de Dios, «Su Santidad» (He. 12.10). Cuando se habla de Dios, a menudo se dice «el Santo» y cuando Dios jura por su nombre, lo hace también por su santidad, es decir, por sí mismo.
A menudo esta santidad es llamada gloria: frecuentemente se celebran juntas su santidad y su gloria (Lv. 10.3; Isa. 6.3). Porque la santidad es gloria encubierta, y la gloria, santidad descubierta.
La Escritura habla abundantemente de la santidad y la gloria del Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, confirmando plenamente el misterio de la Santísima Trinidad.
También se llama santo lo que se consagra a Dios y que, por ello, es separado de las demás cosas y es lo que puede asemejarnos a Dios o ser unidos a él.
En el himno de Isaías, que se asemeja a éste (Is. 6.3), se añade, «Toda la tierra está llena de su gloria». Pero esta frase se posterga en Apocalipsis hasta que la gloria del Señor (destruidos ya sus
enemigos) llene la tierra.