El miembro más débil nunca puede decir al más fuerte, ni tampoco el más fuerte al más débil, «no tengo necesidad de ti». Por esta razón nuestro bendito Señor, cuando sus discípulos se encontraban más débiles, los envió, no solos, sino de dos en dos. Cuando recibieron un poco de fuerza, no por la soledad sino viviendo con él y unos con otros, les mandó esperar, no separarse, sino «permaneced juntos» por «la promesa del Padre».
Ellos «estaban unidos en un mismo lugar» cuando recibieron la promesa del Espíritu Santo.
Se menciona expresamente en el mismo capítulo que, cuando «les fueron añadidos tres mil almas, todos los que creían estaban juntos y continuaron firmes» no sólo «en la doctrina de los apóstoles», sino también «en el compañerismo y en partimiento del pan» y en las oraciones «en un mismo ánimo».
La narración del gran Apóstol concuerda perfectamente con lo que le fue enseñado por Dios, «para el
perfeccionamiento de los santos, para la edificación del cuerpo de Cristo», hasta el fin del mundo.
De acuerdo con San Pablo, todos los que han de alcanzar «la unidad de la fe, a la estatura del varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo», deben crecer en él juntos «de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido (o fortalecido) entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor».
La enseñanza de San Pablo sobre la edificación de las almas es completamente diferente a la de los místicos.
No difieren en cuanto a los cimientos o a la manera de construir sobre ellos; su diferencia está en la superestructura, porque la religión en la cual nos edificarán estos autores es en una religión solitaria. «Si eres perfecto», nos dicen, «no te preocupes acerca de las obras externas. Es mejor procurar las virtudes de la voluntad. Quien obtiene
una verdadera resignación, es quien se ha separado de toda obra externa para que Dios pueda trabajar internamente, sin volverse a las cosas externas. Estos son los verdaderos adoradores que adoran a Dios en espíritu y en verdad».
Porque la contemplación es, para ellos, el cumplimiento de la ley; aun una contemplación que «consiste en la suspensión de toda obra».
El evangelio de Cristo está completamente opuesto a esto.
En él no hay religión solitaria. «Santos
solitarios» es una frase tan inconsistente con los evangelios
como «adúlteros santos». El evangelio de Cristo no conoce otra clase de religión sino una religión social; no otra santidad sino social. «La fe que trabaja por el amor» es la anchura, la longitud, la profundidad y la altura de la
perfección cristiana. «Este mandamiento recibimos de Cristo, que quien ama a Dios, ame también a su hermano; y nosotros manifestamos nuestro amor «haciendo bien a todos los hombres, especialmente a los de la familia de la fe». En verdad, quienquiera que ama a su hermano, no únicamente de palabra sino como Cristo le amó, no puede sino ser «celoso en buenas obras». Siente en su alma un ardiente y turbador deseo de darse y ser dado por ellos.
«Mi Padre», dirá, «hasta ahora obra, y yo obro». Y en todas las oportunidades posibles «va haciendo bienes», como su Maestro.